sábado, 27 de junio de 2015

LA HISTORIA DEL PAYASO A LO LARGO DEL TIEMPO por Lic. Migdalia María Morales.



Los Payasos
En los años del emperador Augusto el calendario romano poseía un extenso periodo ya eran setenta y seis días festivos, aunque se llegó a ampliar en sucesivas etapas el número de celebraciones de este  asueto. Los juegos de atletismo y los ludes escénicos (recreaciones teatrales) era el motivo principal de estas manifestaciones en aquel espacio. Los refriegas, contra la creencia extendida, no eran enclavadas dentro de la literatura dramática y solemne, y es por esto  que se respaldaban en representaciones satíricas y jocosas, que realizaban a menudo y   que favorecían a un público no muy educado solo  interesado un espectáculo parecido a lo que hoy llamaríamos pantomima. La presencia de  personajes chistosos en siglos anteriores a la era cristiana evidenciada en las caravanas de comediantes y graciosos que se observaban en las plazas públicas  que divertían a los espectadores con sus chanzas y picardías. Esta moda irrumpió el imperio romano y los más poderosos patricios la mantenían con sus contribuciones. Entre los actores cómicos bohemios existían bufones y actrices.

Los Payasos
 Según las investigaciones del escritor italiano Indio Montanelli sitúa en este periodo histórico la presencia del payaso, que adquiriría más tarde tomo importancia una vez formalizado su trabajo en actuaciones “habituales y vulgares, gesticulantes y cargadas de visajes (muecas)”. “Roma –asegura el escritor tuvo sus Toto -celebre cómico cinematográfico contemporáneo- y Macario en Esopo y Roscio, las vedettes de aquel tiempo, lucían vestuarios muy llamativos extravagantes para crearse publicidad” llenos de doble sentido”, por los que “llegaron a ser los muy apreciados en los salones aristocráticos… ganaban grandes cantidades de dinero y dejaron herencias millonarias En sus compañías habían también mujeres, las girls de la época, cuyas actuaciones eran grotescas e recato en los espectáculos”. “Mientras el teatro declinaba de tal manera en espectáculo de variedad el apogeo del circo aumentaba cada  cada vez más. La publicidad que anunciaban los espectáculo era muy parecida a la de hoy  día, numerosos grupos de personas acudían al el circo Máximo luciendo pañuelos con los colores de su equipo favorito,  al igual que hoy. EL Circo estaba compuesto por siete circuitos, o sea otros tantos kilómetros, en torno a la pista espiral… Pero los números más esperados eran las luchas gladiadoras: entre animales, entre animal y hombre, entre hombres… El día en que Tito inauguro el coliseo, Roma se quedó maravillada”. Y al calor de  este tipo de fiestas y representaciones con gran  variedad de graciosos, a los que sugiere Montanelli Y no solo hay evidencias y antecedentes sobre payasos, más o menos imprecisos, en este periodo. Este tipo de personajes aparecía en los intermedios de las atelanas para relajar y calmar los nervios de los espectadores  (representaciones teatrales) que también gozaban de mucha popularidad en la época.

Orígenes
Platon, en su “República”, lanzo ataques contra un género concreto de graciosos muy celebrados en las fiestas helénicas: “Aquellos personajes burlones y satíricos, encargados de distraer al público, fueron los bufos, de los cuales se conoce antecedentes en los antiguos pueblos asiáticos como China o la India. Pero quizas  la referencia más remota sobre el  primer payaso “fijo” de la historia, se encuentre en el Tersites de Homero, personaje cuyo trabajo era el de  divertir a los guerreros griegos en las retaguardias de las áreas de combate. De acuerdo a los estudios se conoce de la existencia de los mimos de la historia, que no eran otra cosa que una especie de imitadores jocosos, en las farsas festivas que se representaban entonces. Con el derrumbamiento del imperio romano se demolieron las costumbres circenses y desaparecieron este tipo de espectáculos. Existen relatos de las fiestas de Ager en las que personajes con los rostros cubiertos o maquillados improvisaban diálogos humorísticos y representaban costumbres populares. Estos continúan hasta el siglo VI con la aparición de nuevos bufones, que se presentan en las plazas públicas de Francia declamando cuentos ambiguos en latín adulterado.

Distorsiones
Los vestigios localizados en este sentido podrían extenderse hasta la evidencia de la Tamacha, tinglado cómica que se realizaba en la antigua Persia en las plazas públicas. Y así, toda una larga lista de tradiciones y perseverancias burlescas, hasta lograr gestar en él, de la tarea histriónica, la que sin duda puede ser tachada como el trabajo más cerebral, en nuestros días, dentro del ámbito del circo. Los pioneros de este arte han sido, eran en buena parte personajes contrahechos feos muy gordos  o raquíticos, a los que aprovechados mercaderes deformaban el cuerpo, cuando niños, con aparatos mecánicos en un acto de sadismo y extrema ansiedad de poder. (Como denunciara Víctor Hugo) obteniendo grades sumas  luego con la venta de estos seres deformes, muy bien dotados de agudeza para dar pronta respuesta a las chanzas de los espectadores. Se dice que con el asentamiento cíclico de la pantomima, un género a caballo de la farsa, en el que todo se sucede y se sugiere por los gestos mímicos, nace el payaso de una vez por todas. Estas representaciones empiezan a conocerse en Italia hacia la Edad Media y los primeros nombres de actores bufos de la corriente se dan en Venecia y Nápoles, entre otras grandes ciudades de la península itálica. Los apodos de estos personajes calan enseguida en el subconsciente popular: Arlequino, Colombina, este ya de la Comedia del Arte que tanta aceptación tuvo en el siglo XVII, Scarpin y Casandra, entre otros. Un tal pagliaci, de quien se cree deriva la palabra payaso, sería otro de los antecesores. Eran estos excéntricos, personajes que se embadurnaban el rostro y que dejaban mover su cuerpo como si este obedeciera a caprichosos hilos superiores, como en el caso de las manipuladas marionetas. Sus trajes, de fuerte colorido, acentuaban una vistosidad contigua en lo grotesco. Actuaban con gestos torpes y tanto en el andar como en el vestir recordaban al aldeano rústico y espantoso, desaliñado y taimado. Para este tipo de representaciones existían arquetipos concretos: el enano, el giboso, el torpe, el jactancioso y el sabihondo.

Precursores
Paolo Chinelli, uno de los primeros representantes de la farsa del siglo XVI, influyo en la posteridad hasta el punto de dotar de un sentido concreto a la voz de Polichinela. Los teatros ambulantes ofrecían espectáculos histriónicos para todo gusto y medida, sin olvidar no obstante que, en algunas piezas se daba una alta exigencia de calidad literaria que, eso sí, contaba con muy escasos seguidores. La Comedia del Arte nació en Italia, hacia el siglo XVI, como nuevo estilo teatral inspirado en la atelana romana y también eran funciones que se exhibían por plazas y calles. Los personajes eran siempre los mismo y solo variaban los argumentos. Así nace el Pagliacci definitivo que (señalan algunos) fue creado por el boloñés Croce. Pagliacci era el bufón de Pantaleone y ambos estaban enamorados de Colombina. El espectáculo no tardo en pasar a Francia y a otros países europeos. En las postrimerías del siglo XVII es emblema de este tipo de representaciones el Arlequín (Arle quino), que aparece ataviado con traje a rombos de colores, una especie de gorro en la cabeza y mandolina a la bandolera, como adorno en línea debajo de las rendijas del antifaz. La indumentaria de este personaje sufriría alteraciones con el paso de los tiempos: su ropaje se fue poblando de anchos botones y su tendencia a las prendas blancas y holgadas (ya sin rombos) emparentó con el casquete novedoso que adornaba su cabeza. Pero a este símbolo ya empezaba a dotársele en el siglo XVIII con el nombre también “reciente” de Pierrot, otro enamorado de la ya clásica Colombina.
Las sugerencias que a escala artística han difundido estos revoltosos del arte escénico, han sido notables. La historia les encuentra en actuaciones en solitario, en parejas o tríos, y hasta en grupos muy numerosos en los que el papel de graciosos se lo disputaban unos a otros en la escena, en la que a su vez se realizaban las mayores, absurdas, y arriesgadas piruetas. Este tipo de fiestas graciosas aumentan con  la actividad de personajes que favorecen a las compañías bufas para asegurarse momentos de diversión y esparcimiento. Y esto, desde tiempos remotos, pues se poseen antecedentes de la antigua civilización egipcia, en los que aparecen personajes rodeados de Fausto, a quienes acompañan seres grotescos y deformes que están representados en actitudes festivas y hasta humillantes. Son estos, antecesores de los bufones medievales que distraen a los grandes señores a cambio de las sobras que se les ofrecen tras la celebración de los banquetes. El auditorio de estos humoristas antiguos estaba compuesto principalmente por señores feudales, monarcas, cortesanos de toda condición y hasta clérigos bien situados entre los favores de las respectivas castas oligárquicas. En Inglaterra y Alemania la respuesta a los Polichinela y Arlequín se conocía en los clowns y los hans-wurst, respectivamente. Alguno de estos bufones es favorecido con galardones que le hacen remontar su primaria y servil circunstancia artística, pasando a convertirse en criados palaciegos fijos con rango oficial. Existe una larga lista de burlescos de oficio recreados a lo largo de la historia, de aceptarse los testimonios expresados en este sentido por escritorios y cronistas. El autor Alejandro Dumas cita al “payaso” Chicot (de la corte de Enrique II), y en el “Banquete de los siete sabios” de Plutarco, el papel que juega Esopo no es otro que el de mantenedor del aspecto jocoso de la ceremonia. Toda esta cohorte de graciosos oficia a escala histórica como grupo de precursores de los modernos clowns. Hasta el instrumento musical, gremializado más tarde por los payasos modernos, se encuentra en manos de los primeros de los que tenemos referencia. Ocurre que los instrumentos se suplen o se renuevan y que los nombres de las personas que los ejecutan también varían con el tiempo, aunque sean inalterables los cometidos de unos y otros: divertir.
                                                                                
Payasos Modernos
Entre los siglos XVI y XVIII Pierrot sufre alteraciones y pasa de exhibir una personalidad graciosa a interpretar una seriedad delatada, aunque satírica y zumbona. El maquillaje de su blanco de su tez es reflejo, en principio, de su natural bondad e inocencia. Y justo en el siglo XVIII declina la Comedia del Arte. Pierrot es presentado entonces como un romántico enamorado de la luna, olvidada ya para siempre Colombina. De hecho, todos estos personajes sucumbieron con la aparición del circo moderno. En el ambiente profesional existe la creencia que los iniciados consideran indiscutible: ningún payaso que se precie de serlo puede renunciar a manifestarse en algún momento como buen y preciado músico. Provocar la hilaridad con la música es harto difícil si se desconocen las posibilidades técnicas que os ofrecen cada uno de los instrumentos clásicos de la carpa, como la concertina, el acordeón o la trompeta, y por ello es necesario poseer una acentuada Y esta es quizá (la de la música) una increíble  habilidad al utilizarlos, en calidad de habito a los payasos, cuyo trabajo (se le expone desde siempre) ha de basarse en la limpieza y la ingenuidad, ya que acaso se pretenda borrar por tradición de sumisión, esa visión o recuerdo un tanto procaz de los maestros de la risa de la antigüedad. Es decir, al payaso de nuestros días (y acaso se le resten por ello posibilidades escénicas) se le exige un buen tono moral de interpretación; es algo así como si los cánones burgueses pretendiesen imponer también sus leyes en el terreno del humor, al que se le ha querido en maquetar o confinar en el término “sano”. GRIMALDI Se tiene noticia de que en pleno siglo XVIII los payasos ingleses presentan asiduamente fiestas de humor “blanco” y números de animales en los que utilizaban cerdos, perros, loros y papagayos. Se sugiere que el primer payaso del circo moderno, con estatuto, pasaría a ser Giuseppe Grimaldi (de ascendencia italiana) de quien se decía que era “demasiado cómico”, según Tristán Remy, que en su obra “Los Clowns” le alza con el título. Grimaldi a quien todas las antologías del circo consideran como el gran pionero de la especialidad, fue mimo, saltador y cómico en el recinto ecuestre de Saddler’s We. El payaso entonces lo era casi todo el circo. Los ejercicios múltiples que protagonizaban se entrelazaban con los números cómicos y producían una variante divertida. Y así, tras el consabido saludo: ¿Cómo están ustedes?”, que otro escritor (Edmundo Goncourt) definía hace ahora 100 años como la frase sacramental de los payasos, existe toda una larga retahíla de modalidades y nombres interpolados en ella dentro del campo de la risa. Los legendarios John y William Price, tras el indiscutible Grimaldi, renovaron el género ocurrente institucionalizado en el circo moderno, la música, como exponente de adobo de las carcajadas. El payaso Medrano, otra de las figuras solitarias de esta disciplina, muere en el año 1912 entre aplausos e regocijos recreados por el mismo, en un circo parisiense que llevaba su nombre y en el que a menudo nuestro hombre interpretaba diversa piezas musicales.

Clowns y Augustos
Ya se había instalado en la pista (definitivamente) el payaso evolucionado, astuto, de la cara blanqueada -el clown- vestido con un traje resplandeciente adornado de lentejuelas, y su compañero el bufón, maquillado grotescamente y ataviado con ropas burdas -el Augusto-. Y se sucede en la historiografía del binomio eterno, un copioso desfile de nombres consagrados en una y otra especialidad: Antonet, el clown más completo de la historia, forma pareja con Grock, otro genio de la risa circense, y ambos alcanzan la categoría de inmortales en la crónica del espectro que nos ocupa. La familia de lonas errantes, posee como cualquier otra disciplina sus favoritos, y a ellos se agarra la leyenda para dotar a esta atracción de antecedentes consabidos. Y nace la epopeya, la gesta de los clowns (termino este de origen inglés) que define al payaso de cara blanca, al personaje enharinado que se opone al Augusto -el payaso bobo de la nariz roja- que es el que acaba frustrado por el ingenio también un tanto estólido de su compañero en pista. Acaso en la pareja de payasos haya contenida una filosofía clara de oposición entre dos tipos humanos eternos: el soñador y el pragmático, aunque en ocasiones no se sepa bien donde acaba uno y empieza el otro, como ocurre con los bufos de las obras de Shakespeare o con el Quijano y el Sancho Panza cervantinos. A partir de 1826 las exhibiciones que brindan los payasos se adentran en nuevas modalidades. Una especie de Arlequín desfigurado se convierte en el gracioso por naturaleza, y otro personaje -el clown- es una especie de Pierrot conspicuo. Habrán nacido el tonto y el listo, el payaso de la pedantería infantil y el del ceño fruncido que (quizás por eso) utiliza cejas circunflejos.

Parejas
Y es preciso ilustrar hasta aquí, y también a partir de ahora, un resquicio de presunción para todo cuando se intuya. El circo, de ahí una de las claves de su grandeza, no posee documentación sistematizada que nos permita discernir de un modo acertado todo el poso de su trayectoria. Disponemos de antecedentes, de sugerencias, que en ocasiones superan y deslindan, eso sí, los simples parecidos de la anécdota, y que quieren adentrarse en paralelismos y posibles evidencias que parecen adquirir carta de tesis. O sea, ni de los payasos ni del payaso como tal sabemos demasiado. Se tiene noticia, claro está, de que Franconi utilizaba en su circo, tras el adoctrinamiento de Astley, personaje grotescos que provocaban la hilaridad del público. Y desde entonces hasta hoy, los valores que el payaso aportara al espectáculo circense quedan plasmados en la indudable hondura que su presencia da a la tradición de la cartelera. No se conoce en nuestros días un espectáculo sin excéntricos de este tipo, a pesar de que pueden imaginarse (y de hecho se dan) funciones concretas en las que brillan por su ausencia el trapecista o el número de fieras. De las parejas de payasos falta decir que acaso cristalizasen por la necesidad de dialogo, porque el clown precisara de un oponente, y de ahí tal vez nació el tonto, considerado ahora como el elemento principal de la pareja, aunque los especialistas y gentes de circo conceden tal vez más importancia al trabajo del clown que al del Augusto, y consideran al primero como el auténtico payaso.
Evolución
Desde los orígenes del circo, sin embargo, parece indiscutible que el payaso haya estado presente en todas y cada una de las referencias más remotas de su historia. Las etapas sucesivas por las que ha ido pasando este tipo de espectáculo hasta producir en lo que hoy se cuece bajo las carpas, no han hecho otra cosa que ir corrigiendo y lustrando la calidad de las actuaciones de estos primitivos chocarreros. El payaso, esto parece incuestionable, empezó como figura de relleno, como figura de segunda categoría, y paso de señuelo de entretenimiento a ser ente esencial de la razón circense, como demostraron en su días los antiguos clowns españoles Goro y Pujol, al igual que el Augusto Chicharito. Una de las hipótesis abiertas sobre el sentido de la palabra “clown” es que proviene del vocablo “Cloe”, que significa aldeano. Parece que los primeros payasos de circo utilizaban grotescas vestiduras de la usanza campesina -parangón existente entre nuestro paleto sanchopancesco medieval de escenario- y que provocaban parodias por medios simples con el fin de arrancar el regocijo evidente de los espectadores. La cabriola y el volatín, el salto y la acrobacia, se supeditaron a la larga a la conversación, y todavía hoy existen escuelas de payasos mudos o charlatanes, según la tradición exigida por determinados públicos. Del grotesco ropaje del augusto al vestuario más elegante del clown, reina un abismo, aunque existen payasos que actúan en solitario y que utilizan un atuendo difícil de encajar en cualquiera de estas dos facetas. De cualquier modo, el clown (como en el caso de Richard, en Inglaterra) es el gracioso que las casas reales antiguas y modernas prefieren para sus fiestas chuscas.

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