Los Payasos
En
los años del emperador Augusto el calendario romano poseía un extenso periodo
ya eran setenta y seis días festivos, aunque se llegó a ampliar en sucesivas
etapas el número de celebraciones de este asueto. Los juegos de atletismo y los ludes
escénicos (recreaciones teatrales) era el motivo principal de estas
manifestaciones en aquel espacio. Los refriegas, contra la creencia extendida,
no eran enclavadas dentro de la literatura dramática y solemne, y es por esto que se respaldaban en representaciones
satíricas y jocosas, que realizaban a menudo y
que favorecían a un público no
muy educado solo interesado un
espectáculo parecido a lo que hoy llamaríamos pantomima. La presencia de personajes chistosos en siglos anteriores a la
era cristiana evidenciada en las caravanas de comediantes y graciosos que se
observaban en las plazas públicas que
divertían a los espectadores con sus chanzas y picardías. Esta moda irrumpió el
imperio romano y los más poderosos patricios la mantenían con sus contribuciones.
Entre los actores cómicos bohemios existían bufones y actrices.
Los Payasos
Según las investigaciones del escritor
italiano Indio Montanelli sitúa en este periodo histórico la presencia del payaso,
que adquiriría más tarde tomo importancia una vez formalizado su trabajo en
actuaciones “habituales y vulgares, gesticulantes y cargadas de visajes
(muecas)”. “Roma –asegura el escritor tuvo sus Toto -celebre cómico
cinematográfico contemporáneo- y Macario en Esopo y Roscio, las vedettes de
aquel tiempo, lucían vestuarios muy llamativos extravagantes para crearse
publicidad” llenos de doble sentido”, por los que “llegaron a ser los muy
apreciados en los salones aristocráticos… ganaban grandes cantidades de dinero y
dejaron herencias millonarias En sus compañías habían también mujeres, las
girls de la época, cuyas actuaciones eran grotescas e recato en los
espectáculos”. “Mientras el teatro declinaba de tal manera en espectáculo de variedad
el apogeo del circo aumentaba cada cada
vez más. La publicidad que anunciaban los espectáculo era muy parecida a la de
hoy día, numerosos grupos de personas
acudían al el circo Máximo luciendo pañuelos con los colores de su equipo
favorito, al igual que hoy. EL Circo
estaba compuesto por siete circuitos, o sea otros tantos kilómetros, en torno a
la pista espiral… Pero los números más esperados eran las luchas gladiadoras:
entre animales, entre animal y hombre, entre hombres… El día en que Tito
inauguro el coliseo, Roma se quedó maravillada”. Y al calor de este tipo de fiestas y representaciones con
gran variedad de graciosos, a los que sugiere
Montanelli Y no solo hay evidencias y antecedentes sobre payasos, más o menos imprecisos,
en este periodo. Este tipo de personajes aparecía en los intermedios de las
atelanas para relajar y calmar los nervios de los espectadores (representaciones teatrales) que también
gozaban de mucha popularidad en la época.
Orígenes
Platon,
en su “República”, lanzo ataques contra un género concreto de graciosos muy
celebrados en las fiestas helénicas: “Aquellos personajes burlones y satíricos,
encargados de distraer al público, fueron los bufos, de los cuales se conoce
antecedentes en los antiguos pueblos asiáticos como China o la India. Pero
quizas la referencia más remota sobre el
primer payaso “fijo” de la historia, se
encuentre en el Tersites de Homero, personaje cuyo trabajo era el de divertir a los guerreros griegos en las
retaguardias de las áreas de combate. De acuerdo a los estudios se conoce de la
existencia de los mimos de la historia, que no eran otra cosa que una especie
de imitadores jocosos, en las farsas festivas que se representaban entonces.
Con el derrumbamiento del imperio romano se demolieron las costumbres circenses
y desaparecieron este tipo de espectáculos. Existen relatos de las fiestas de
Ager en las que personajes con los rostros cubiertos o maquillados improvisaban
diálogos humorísticos y representaban costumbres populares. Estos continúan
hasta el siglo VI con la aparición de nuevos bufones, que se presentan en las
plazas públicas de Francia declamando cuentos ambiguos en latín adulterado.
Distorsiones
Los
vestigios localizados en este sentido podrían extenderse hasta la evidencia de
la Tamacha, tinglado cómica que se realizaba en la antigua Persia en las plazas
públicas. Y así, toda una larga lista de tradiciones y perseverancias burlescas,
hasta lograr gestar en él, de la tarea histriónica, la que sin duda puede ser
tachada como el trabajo más cerebral, en nuestros días, dentro del ámbito del
circo. Los pioneros de este arte han sido, eran en buena parte personajes
contrahechos feos muy gordos o
raquíticos, a los que aprovechados mercaderes deformaban el cuerpo, cuando
niños, con aparatos mecánicos en un acto de sadismo y extrema ansiedad de
poder. (Como denunciara Víctor Hugo) obteniendo grades sumas luego con la venta de estos seres deformes,
muy bien dotados de agudeza para dar pronta respuesta a las chanzas de los
espectadores. Se dice que con el asentamiento cíclico de la pantomima, un género
a caballo de la farsa, en el que todo se sucede y se sugiere por los gestos
mímicos, nace el payaso de una vez por todas. Estas representaciones empiezan a
conocerse en Italia hacia la Edad Media y los primeros nombres de actores bufos
de la corriente se dan en Venecia y Nápoles, entre otras grandes ciudades de la
península itálica. Los apodos de estos personajes calan enseguida en el
subconsciente popular: Arlequino, Colombina, este ya de la Comedia del Arte que
tanta aceptación tuvo en el siglo XVII, Scarpin y Casandra, entre otros. Un tal
pagliaci, de quien se cree deriva la palabra payaso, sería otro de los
antecesores. Eran estos excéntricos, personajes que se embadurnaban el rostro y
que dejaban mover su cuerpo como si este obedeciera a caprichosos hilos
superiores, como en el caso de las manipuladas marionetas. Sus trajes, de
fuerte colorido, acentuaban una vistosidad contigua en lo grotesco. Actuaban
con gestos torpes y tanto en el andar como en el vestir recordaban al aldeano
rústico y espantoso, desaliñado y taimado. Para este tipo de representaciones
existían arquetipos concretos: el enano, el giboso, el torpe, el jactancioso y
el sabihondo.
Precursores
Paolo
Chinelli, uno de los primeros representantes de la farsa del siglo XVI, influyo
en la posteridad hasta el punto de dotar de un sentido concreto a la voz de
Polichinela. Los teatros ambulantes ofrecían espectáculos histriónicos para
todo gusto y medida, sin olvidar no obstante que, en algunas piezas se daba una
alta exigencia de calidad literaria que, eso sí, contaba con muy escasos
seguidores. La Comedia del Arte nació en Italia, hacia el siglo XVI, como nuevo
estilo teatral inspirado en la atelana romana y también eran funciones que se
exhibían por plazas y calles. Los personajes eran siempre los mismo y solo
variaban los argumentos. Así nace el Pagliacci definitivo que (señalan algunos)
fue creado por el boloñés Croce. Pagliacci era el bufón de Pantaleone y ambos
estaban enamorados de Colombina. El espectáculo no tardo en pasar a Francia y a
otros países europeos. En las postrimerías del siglo XVII es emblema de este
tipo de representaciones el Arlequín (Arle quino), que aparece ataviado con
traje a rombos de colores, una especie de gorro en la cabeza y mandolina a la
bandolera, como adorno en línea debajo de las rendijas del antifaz. La
indumentaria de este personaje sufriría alteraciones con el paso de los
tiempos: su ropaje se fue poblando de anchos botones y su tendencia a las
prendas blancas y holgadas (ya sin rombos) emparentó con el casquete novedoso
que adornaba su cabeza. Pero a este símbolo ya empezaba a dotársele en el siglo
XVIII con el nombre también “reciente” de Pierrot, otro enamorado de la ya
clásica Colombina.
Las
sugerencias que a escala artística han difundido estos revoltosos del arte
escénico, han sido notables. La historia les encuentra en actuaciones en
solitario, en parejas o tríos, y hasta en grupos muy numerosos en los que el
papel de graciosos se lo disputaban unos a otros en la escena, en la que a su
vez se realizaban las mayores, absurdas, y arriesgadas piruetas. Este tipo de
fiestas graciosas aumentan con la
actividad de personajes que favorecen a las compañías bufas para asegurarse
momentos de diversión y esparcimiento. Y esto, desde tiempos remotos, pues se
poseen antecedentes de la antigua civilización egipcia, en los que aparecen
personajes rodeados de Fausto, a quienes acompañan seres grotescos y deformes
que están representados en actitudes festivas y hasta humillantes. Son estos,
antecesores de los bufones medievales que distraen a los grandes señores a
cambio de las sobras que se les ofrecen tras la celebración de los banquetes.
El auditorio de estos humoristas antiguos estaba compuesto principalmente por
señores feudales, monarcas, cortesanos de toda condición y hasta clérigos bien
situados entre los favores de las respectivas castas oligárquicas. En
Inglaterra y Alemania la respuesta a los Polichinela y Arlequín se conocía en
los clowns y los hans-wurst, respectivamente. Alguno de estos bufones es
favorecido con galardones que le hacen remontar su primaria y servil
circunstancia artística, pasando a convertirse en criados palaciegos fijos con
rango oficial. Existe una larga lista de burlescos de oficio recreados a lo
largo de la historia, de aceptarse los testimonios expresados en este sentido
por escritorios y cronistas. El autor Alejandro Dumas cita al “payaso” Chicot
(de la corte de Enrique II), y en el “Banquete de los siete sabios” de
Plutarco, el papel que juega Esopo no es otro que el de mantenedor del aspecto
jocoso de la ceremonia. Toda esta cohorte de graciosos oficia a escala
histórica como grupo de precursores de los modernos clowns. Hasta el
instrumento musical, gremializado más tarde por los payasos modernos, se
encuentra en manos de los primeros de los que tenemos referencia. Ocurre que
los instrumentos se suplen o se renuevan y que los nombres de las personas que
los ejecutan también varían con el tiempo, aunque sean inalterables los
cometidos de unos y otros: divertir.
Payasos Modernos
Entre
los siglos XVI y XVIII Pierrot sufre alteraciones y pasa de exhibir una
personalidad graciosa a interpretar una seriedad delatada, aunque satírica y
zumbona. El maquillaje de su blanco de su tez es reflejo, en principio, de su
natural bondad e inocencia. Y justo en el siglo XVIII declina la Comedia del
Arte. Pierrot es presentado entonces como un romántico enamorado de la luna,
olvidada ya para siempre Colombina. De hecho, todos estos personajes sucumbieron
con la aparición del circo moderno. En el ambiente profesional existe la
creencia que los iniciados consideran indiscutible: ningún payaso que se precie
de serlo puede renunciar a manifestarse en algún momento como buen y preciado
músico. Provocar la hilaridad con la música es harto difícil si se desconocen
las posibilidades técnicas que os ofrecen cada uno de los instrumentos clásicos
de la carpa, como la concertina, el acordeón o la trompeta, y por ello es necesario
poseer una acentuada Y esta es quizá (la de la música) una increíble habilidad al utilizarlos, en calidad de
habito a los payasos, cuyo trabajo (se le expone desde siempre) ha de basarse
en la limpieza y la ingenuidad, ya que acaso se pretenda borrar por tradición
de sumisión, esa visión o recuerdo un tanto procaz de los maestros de la risa
de la antigüedad. Es decir, al payaso de nuestros días (y acaso se le resten
por ello posibilidades escénicas) se le exige un buen tono moral de
interpretación; es algo así como si los cánones burgueses pretendiesen imponer
también sus leyes en el terreno del humor, al que se le ha querido en maquetar
o confinar en el término “sano”. GRIMALDI Se tiene noticia de que en pleno
siglo XVIII los payasos ingleses presentan asiduamente fiestas de humor
“blanco” y números de animales en los que utilizaban cerdos, perros, loros y
papagayos. Se sugiere que el primer payaso del circo moderno, con estatuto,
pasaría a ser Giuseppe Grimaldi (de ascendencia italiana) de quien se decía que
era “demasiado cómico”, según Tristán Remy, que en su obra “Los Clowns” le alza
con el título. Grimaldi a quien todas las antologías del circo consideran como
el gran pionero de la especialidad, fue mimo, saltador y cómico en el recinto
ecuestre de Saddler’s We. El payaso entonces lo era casi todo el circo. Los
ejercicios múltiples que protagonizaban se entrelazaban con los números cómicos
y producían una variante divertida. Y así, tras el consabido saludo: ¿Cómo
están ustedes?”, que otro escritor (Edmundo Goncourt) definía hace ahora 100
años como la frase sacramental de los payasos, existe toda una larga retahíla
de modalidades y nombres interpolados en ella dentro del campo de la risa. Los
legendarios John y William Price, tras el indiscutible Grimaldi, renovaron el
género ocurrente institucionalizado en el circo moderno, la música, como
exponente de adobo de las carcajadas. El payaso Medrano, otra de las figuras solitarias
de esta disciplina, muere en el año 1912 entre aplausos e regocijos recreados
por el mismo, en un circo parisiense que llevaba su nombre y en el que a menudo
nuestro hombre interpretaba diversa piezas musicales.
Clowns y Augustos
Ya
se había instalado en la pista (definitivamente) el payaso evolucionado,
astuto, de la cara blanqueada -el clown- vestido con un traje resplandeciente
adornado de lentejuelas, y su compañero el bufón, maquillado grotescamente y
ataviado con ropas burdas -el Augusto-. Y se sucede en la historiografía del
binomio eterno, un copioso desfile de nombres consagrados en una y otra
especialidad: Antonet, el clown más completo de la historia, forma pareja con
Grock, otro genio de la risa circense, y ambos alcanzan la categoría de
inmortales en la crónica del espectro que nos ocupa. La familia de lonas
errantes, posee como cualquier otra disciplina sus favoritos, y a ellos se
agarra la leyenda para dotar a esta atracción de antecedentes consabidos. Y
nace la epopeya, la gesta de los clowns (termino este de origen inglés) que
define al payaso de cara blanca, al personaje enharinado que se opone al
Augusto -el payaso bobo de la nariz roja- que es el que acaba frustrado por el
ingenio también un tanto estólido de su compañero en pista. Acaso en la pareja
de payasos haya contenida una filosofía clara de oposición entre dos tipos
humanos eternos: el soñador y el pragmático, aunque en ocasiones no se sepa
bien donde acaba uno y empieza el otro, como ocurre con los bufos de las obras
de Shakespeare o con el Quijano y el Sancho Panza cervantinos. A partir de 1826
las exhibiciones que brindan los payasos se adentran en nuevas modalidades. Una
especie de Arlequín desfigurado se convierte en el gracioso por naturaleza, y
otro personaje -el clown- es una especie de Pierrot conspicuo. Habrán nacido el
tonto y el listo, el payaso de la pedantería infantil y el del ceño fruncido que
(quizás por eso) utiliza cejas circunflejos.
Parejas
Y es
preciso ilustrar hasta aquí, y también a partir de ahora, un resquicio de
presunción para todo cuando se intuya. El circo, de ahí una de las claves de su
grandeza, no posee documentación sistematizada que nos permita discernir de un
modo acertado todo el poso de su trayectoria. Disponemos de antecedentes, de
sugerencias, que en ocasiones superan y deslindan, eso sí, los simples
parecidos de la anécdota, y que quieren adentrarse en paralelismos y posibles
evidencias que parecen adquirir carta de tesis. O sea, ni de los payasos ni del
payaso como tal sabemos demasiado. Se tiene noticia, claro está, de que
Franconi utilizaba en su circo, tras el adoctrinamiento de Astley, personaje
grotescos que provocaban la hilaridad del público. Y desde entonces hasta hoy,
los valores que el payaso aportara al espectáculo circense quedan plasmados en
la indudable hondura que su presencia da a la tradición de la cartelera. No se
conoce en nuestros días un espectáculo sin excéntricos de este tipo, a pesar de
que pueden imaginarse (y de hecho se dan) funciones concretas en las que
brillan por su ausencia el trapecista o el número de fieras. De las parejas de
payasos falta decir que acaso cristalizasen por la necesidad de dialogo, porque
el clown precisara de un oponente, y de ahí tal vez nació el tonto, considerado
ahora como el elemento principal de la pareja, aunque los especialistas y
gentes de circo conceden tal vez más importancia al trabajo del clown que al
del Augusto, y consideran al primero como el auténtico payaso.
Evolución
Desde
los orígenes del circo, sin embargo, parece indiscutible que el payaso haya
estado presente en todas y cada una de las referencias más remotas de su
historia. Las etapas sucesivas por las que ha ido pasando este tipo de
espectáculo hasta producir en lo que hoy se cuece bajo las carpas, no han hecho
otra cosa que ir corrigiendo y lustrando la calidad de las actuaciones de estos
primitivos chocarreros. El payaso, esto parece incuestionable, empezó como
figura de relleno, como figura de segunda categoría, y paso de señuelo de
entretenimiento a ser ente esencial de la razón circense, como demostraron en
su días los antiguos clowns españoles Goro y Pujol, al igual que el Augusto
Chicharito. Una de las hipótesis abiertas sobre el sentido de la palabra
“clown” es que proviene del vocablo “Cloe”, que significa aldeano. Parece que
los primeros payasos de circo utilizaban grotescas vestiduras de la usanza
campesina -parangón existente entre nuestro paleto sanchopancesco medieval de
escenario- y que provocaban parodias por medios simples con el fin de arrancar
el regocijo evidente de los espectadores. La cabriola y el volatín, el salto y
la acrobacia, se supeditaron a la larga a la conversación, y todavía hoy
existen escuelas de payasos mudos o charlatanes, según la tradición exigida por
determinados públicos. Del grotesco ropaje del augusto al vestuario más
elegante del clown, reina un abismo, aunque existen payasos que actúan en
solitario y que utilizan un atuendo difícil de encajar en cualquiera de estas
dos facetas. De cualquier modo, el clown (como en el caso de Richard, en
Inglaterra) es el gracioso que las casas reales antiguas y modernas prefieren
para sus fiestas chuscas.
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